miércoles, 30 de diciembre de 2020

El Cristo Negro de Filipinas


                                                                                            

Hace mucho tiempo, allá por el año de 1602, dentro de una humilde choza ubicada en una de las orillas del puerto de Acapulco, un niño de piel morena, hijo de un filipino y una mulata, tan pronto regreso de la iglesia, después de escuchar la misa matinal; muy triste y cabizbajo se sentó sobre uno de los cuatro bancos de madera que rodeaban a una tosca mesa y cubriéndose el rostro con las manos permitió que de sus ojos brotara un torrente de amargas y rebeldes lágrimas.

Su padre, -que lo observaba desde un rincón de la casa- se acercó, lo tomó en sus brazos con cariño, le acarició el cabello y finalmente le preguntó:

-¿Porque lloras, acaso el sacerdote te regañó porque te portaste mal?

-No papá, es que hoy me di cuenta que nosotros ¡no somos hijos de Dios! Jesucristo, los ángeles y todos los santos son de piel blanca y no hay ninguno negro, como tú y yo.

-Dios les permite a ellos, a los blancos, tenernos como esclavos y los deja golpearnos por cualquier motivo y hasta el sacerdote, que supuestamente es un hombre santo, tiene a varios amigos míos a su servicio a cambio de darles las sobras de sus alimentos para que las coman.

Nuestros amos y los indios son libres y nosotros … ¡nosotros somos prisioneros! Dios, ¡es injusto! Porque no nos midió con la misma vara, ni repartió su amor en cantidades iguales, por eso creó que los negros, filipinos y mulatos no tenemos Dios y si existe ... ¡no creo que sea el mismo!

Hijo, tus abuelos y yo, fuimos secuestrados y traídos a la fuerza y encadenados, hasta esta tierra extraña, nuestras posesiones y nuestros Dioses se quedaron muy lejos de aquí, llegamos desnudos y nos vendieron por unas cuantas monedas, emulando a Judas ante la complacencia de sus sacerdotes y su Dios, que fue bueno para ellos pero para nosotros fue tan malo como el demonio.

Tu naciste aquí, y aunque tu piel sea distinta, ama a ese Dios que nos impusieron, ¡porque no tienes a otro! Y pídele con el corazón que un día te conceda el derecho de ser libre a cambio de tu devoción.

Cayeron los días, como los granos de arena que se escapan entre los dedos de la mano del tiempo.

Pasaron tres años y a mediados de 1605, aquel niño llamado Juan, se transformó en un jovencito de rostro agradable y cuerpo atlético, que ayudaba a su padre, trepando ágilmente a las esbeltas y altas palmeras de las que recolectaban tuba para la producción del vino de cocos, que su amo; transportaba para su venta hasta la ciudad de México.

Trabajaban sin quejarse mañana y tarde para no dar motivo a un castigo, pero escondían un secreto, un secreto que cambiaría sus destinos.

Cada noche, las toscas cuchillas de metal que utilizaban en el trabajo, se convertían en herramientas de artista, Juan usaba a su progenitor como modelo y bajo la luz mortecina de una vela, esculpía un trozo de madera de Guanacaste, que poco a poco adquiría la figura de Jesucristo yacente y cargando su cruz.

El rostro era perfecto y reflejaba todo el dolor de un mártir sacrificado injustamente para complacer a la turba pecadora de su propio pueblo.

Si los amos blancos tenían un Cristo blanco, Juan y sus padres tenían su propio Cristo ¡un Cristo Negro! creado con esperanza y mucho amor al que podrían pedirle su protección.

Ellos no lo sabían, pero en 1596, un escultor de origen portugués, llamado Quirio Cataño había creado el primer Cristo Negro en este continente, que cuando fue colocado en la iglesia de Esquipulas, de Guatemala; se ganó rápidamente, el fervor de los negros, indios y mulatos de Centroamérica, favoreciendo con ello, a los intereses de los invasores europeos que por medio de los sacerdotes evitaron cualquier intento de sublevación.

Deseando repetir este fenómeno en las Islas Filipinas, los jerarcas eclesiásticos de la Nueva España, le pidieron a Cataño otro Cristo igual, pero se negó a realizar el trabajo por que estaba muy ocupado labrando los adornos del altar de una iglesia en Nicaragua.

Accidentalmente se enteraron del Cristo Negro de Acapulco y lo compraron por un precio irrisorio para ellos pero invaluable para su creador ¡la libertad y el pasaje a Filipinas!

El Cristo llegó a Manila el 31 de mayo de 1606 y desde entonces dicen que ha realizado cientos de milagros, pero nadie sabe que el primero de ellos se realizó cuando su escultor y sus padres pisaron la tierra de ese bello país, recibiendo como premio por su fe, la ansiada y merecida libertad.

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